En un viaje en colectivo, se definen claramente dos tipos de personas.
Están los que ponen de a una las monedas en la boca de la máquina, para que no se trabe con un aluvión sorpresivo de las mismas, y lo más importante a resaltar es que acto seguido de obtener su boleto, encaran para el fondo del transporte.
Pero, también está el otro grupo. Son esos individuos odiosos que no conforme con averiar la máquina expendedora de boletos, producto de hecharle un container de monedas de 5 centavos, son los que hacen un efecto tapón en la parte delantera del micro. Pareciera como si estuvieran jugando al juego de las estatuas, porque se adhieren a las barandas, se mimetizan con el colectivo convirtiéndose en un elemento inamovible del mismo. Independientemente de si el bus está atestado de gente, o semivacio, ellos se mantienen firmes, bloqueando el paso a los demás pasajeros. También son los que tocan más de una vez el timbre, o los que insisten en llevar colgadas sus mochilas, carteras, que ocupan el espacio de una persona más y no son capaces de colocarlas entre las piernas, para solidarizarse con el ambiente que los rodea, y cooperar con que el viaje sea menos desagradable. Muchas veces sufrí batallas silenciosas con bolsos por ejemplo, que arbitrariamente eran colocados prácticamente encima mío, para mayor comodidad de sus dueños.
Como no podía ser de otra forma, odio a la gente del segundo grupo, yo soy capaz de contorsionarme entre la masa iracunda de pasajeros, con tal de llegar al fondo, porque además, es sentido común, es donde están los asientos, que tarde o temprano se desocupan, cual es la gracia de vegetar al lado del chofer?!
Un día voy a terminar a los empujones, es obvio.
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