En un viaje en colectivo, se definen claramente dos tipos de personas.
Están los que ponen de a una las monedas en la boca de la máquina, para que no se trabe con un aluvión sorpresivo de las mismas, y lo más importante a resaltar es que acto seguido de obtener su boleto, encaran para el fondo del transporte.
Pero, también está el otro grupo. Son esos individuos odiosos que no conforme con averiar la máquina expendedora de boletos, producto de hecharle un container de monedas de 5 centavos, son los que hacen un efecto tapón en la parte delantera del micro. Pareciera como si estuvieran jugando al juego de las estatuas, porque se adhieren a las barandas, se mimetizan con el colectivo convirtiéndose en un elemento inamovible del mismo. Independientemente de si el bus está atestado de gente, o semivacio, ellos se mantienen firmes, bloqueando el paso a los demás pasajeros. También son los que tocan más de una vez el timbre, o los que insisten en llevar colgadas sus mochilas, carteras, que ocupan el espacio de una persona más y no son capaces de colocarlas entre las piernas, para solidarizarse con el ambiente que los rodea, y cooperar con que el viaje sea menos desagradable. Muchas veces sufrí batallas silenciosas con bolsos por ejemplo, que arbitrariamente eran colocados prácticamente encima mío, para mayor comodidad de sus dueños.
Como no podía ser de otra forma, odio a la gente del segundo grupo, yo soy capaz de contorsionarme entre la masa iracunda de pasajeros, con tal de llegar al fondo, porque además, es sentido común, es donde están los asientos, que tarde o temprano se desocupan, cual es la gracia de vegetar al lado del chofer?!
Un día voy a terminar a los empujones, es obvio.
sábado, 29 de enero de 2011
viernes, 28 de enero de 2011
El supertazón
Hoy comprobé que no se puede burlar al destino, en cuanto a determinadas herencias familiares. Ocurre que una costumbre ciertamente peculiar de las mujeres de mi familia es la de tomar infusiones en tazas desproporcionadamente grandes, con capacidad para mas de medio litro de té. Me acuerdo que para el día de la madre, con mi mamá nos proponíamos siempre encontrar nuevos tazones para obsequiarle a mi abuela. Y hoy, mientras "almorzaba" mis bizcochitos reglamentarios y mi matecocido, me di cuenta de que no era suficiente con tomarme el contenido de una taza común, por eso me preparé otro seguidamente de acabarme el primero. Y ahí fue cuando me cayó la ficha, no se puede hacer nada al respecto, más que conseguir un tazón.
sábado, 15 de enero de 2011
Inenamorable
¡Abran paso! ¡Escóndanse o corran! Que viene llegando la mujer del corazón de hielo.
Cuentan que hace mucho tiempo, amó desesperadamente y este amor no le fue correspondido. Tanta intensidad alcanzó este sentimiento, que la llama que alimentaba su pasión, se diseminó por todo el cuerpo, y tuvo que correr hacia el río más cercano para hundirse en las aguas y así apaciguar el incendio de la carne y el espíritu.
La daban por perdida, pero pronta fue su recuperación, quizás demasiado rápida. Las heridas sanaron, volvió a crecerle el cabello, pero las fibras de su corazón, no pudieron recomponerse, y se fueron enfriando, hasta volverse de piedra.
Nunca nadie quiso volver a mirarla a los ojos, porque decían que una mirada suya convertía toda sensación grata, anhelo o deseo, en una lenta agonía de desesperanza.
Y ella, conociendo su cruel destino, prefirió el exilio.
Ahora va errando por los caminos, en busca de una solución a su incapacidad de sentir, prefiere la tranquilidad del destierro, y no que la señalen y la marginen.
Lo que ella no sabe, es que la soledad es sabia, y la salvación le llegará, oportunamente...
Cuentan que hace mucho tiempo, amó desesperadamente y este amor no le fue correspondido. Tanta intensidad alcanzó este sentimiento, que la llama que alimentaba su pasión, se diseminó por todo el cuerpo, y tuvo que correr hacia el río más cercano para hundirse en las aguas y así apaciguar el incendio de la carne y el espíritu.
La daban por perdida, pero pronta fue su recuperación, quizás demasiado rápida. Las heridas sanaron, volvió a crecerle el cabello, pero las fibras de su corazón, no pudieron recomponerse, y se fueron enfriando, hasta volverse de piedra.
Nunca nadie quiso volver a mirarla a los ojos, porque decían que una mirada suya convertía toda sensación grata, anhelo o deseo, en una lenta agonía de desesperanza.
Y ella, conociendo su cruel destino, prefirió el exilio.
Ahora va errando por los caminos, en busca de una solución a su incapacidad de sentir, prefiere la tranquilidad del destierro, y no que la señalen y la marginen.
Lo que ella no sabe, es que la soledad es sabia, y la salvación le llegará, oportunamente...
jueves, 13 de enero de 2011
Homeless
Hoy a la mañana, descubrí que existe una forma de volverse invisible.
Solamente hace falta, no tener un lugar cubierto para dormir, ni tener la suficiente fuerza o entereza para poder proveerse de lo esencial, y que la única opción viable para descansar el cuerpo maltratado por el tiempo y la tristeza, sea acostarse en la vereda, usando el escalón de un local, como almohada.
Casualmente, el local donde yo trabajo todos los días.
Hice una pequeña aproximación mental de cuales pueden ser las reacciones y acciones de los "vecinos del barrio" ante una situación de este tipo.
La que se lleva las palmas y el premio mayor, es la de jugar al juego de "pasemos por al lado de ese hombre, como si no estuviera ahí". El grado de invisibilidad alcanzado por esta persona, se incrementa dependiendo la zona de la capital federal.
Otra reacción mas bien conchuda, disculpen la expresión, es la que le nace a una persona "de bien", esa que cree que la fuerza pública tiene el deber de ocuparse de un "problema" de estas características, y a la cual se le ocurre, por ejemplo, localizar a un policía, al servicio de la comunidad, no tanto por la preocupación de que un hombre de 60 años, curtido por el sol, deshidratado, esté durmiendo en la vereda, sino más bien, para que alguien se ocupe de llevárselo a otro lado, porque su presencia opaca la moral y las buenas costumbres. No sea cosa, que ese individuo ahuyente a los caniches que dirige el pasea-perros.
La inversa de esta variable, la aplican ciertas personas que, guiándose por esa moral enfermiza, intentan "asistirlo", solo para después ir al banco de la vuelta y extraer los billetes con la conciencia limpia de que hoy no fueron tan soretes.
Todo esto se me iba cruzando por la cabeza, mientras abría la puerta del local, bajaba por la escalera al depósito donde está el sparkling de agua, llenaba un vaso con agua fría, volvía a subir la escalera y de nuevo abría la puerta. Me cuesta hablar en un tono alto, pero igualmente me esforcé e intenté con un "¡Señor! ¡Señor! ¿Está bien?" Supongo que me habrá detestado por interrumpirle el sueño, medio despabilado, se incorporó con una agilidad más que sorprendente para su edad, quizás la costumbre lo había entrenado asi. Me miró, y volví a preguntarle como estaba, ofreciéndole el vaso con agua...le comenté que el sol estaba pegando fuerte, y que quizás en el parque estuviera más fresco, y volví a ofrecerle el vaso. No me contestó, solo me miró, y se fue andando despacio hacia el parque.
Me odié por no tener otra solución, odié al barrio, a la gente, al sol, y si exteriorizo esto, no es para dejar registrado mi "buen accionar", que de bueno no tiene nada, es algo básico me parece, que debería estar latente en cualquiera, aunque catalogando culpas, responsabilidades y reproches inocentes, siento que diluyo aun más mi bronca y mi impotencia.
Esa persona, no es un problema, no es una cosa, no es un "sujeto peligroso", y la gente no es mas solidaria por escandalizarse del "pobre hombre"..asco me dan los que lo vuelven invisible o lo criminalizan o los que se sienten solidarios por "darle una mano". Se que muchos prefieren no cargarse del dolor ajeno porque si no, no podrían seguir tranquilos con sus vidas, pero yo, al menos, no quiero estar mas adormecida.
Solamente hace falta, no tener un lugar cubierto para dormir, ni tener la suficiente fuerza o entereza para poder proveerse de lo esencial, y que la única opción viable para descansar el cuerpo maltratado por el tiempo y la tristeza, sea acostarse en la vereda, usando el escalón de un local, como almohada.
Casualmente, el local donde yo trabajo todos los días.
Hice una pequeña aproximación mental de cuales pueden ser las reacciones y acciones de los "vecinos del barrio" ante una situación de este tipo.
La que se lleva las palmas y el premio mayor, es la de jugar al juego de "pasemos por al lado de ese hombre, como si no estuviera ahí". El grado de invisibilidad alcanzado por esta persona, se incrementa dependiendo la zona de la capital federal.
Otra reacción mas bien conchuda, disculpen la expresión, es la que le nace a una persona "de bien", esa que cree que la fuerza pública tiene el deber de ocuparse de un "problema" de estas características, y a la cual se le ocurre, por ejemplo, localizar a un policía, al servicio de la comunidad, no tanto por la preocupación de que un hombre de 60 años, curtido por el sol, deshidratado, esté durmiendo en la vereda, sino más bien, para que alguien se ocupe de llevárselo a otro lado, porque su presencia opaca la moral y las buenas costumbres. No sea cosa, que ese individuo ahuyente a los caniches que dirige el pasea-perros.
La inversa de esta variable, la aplican ciertas personas que, guiándose por esa moral enfermiza, intentan "asistirlo", solo para después ir al banco de la vuelta y extraer los billetes con la conciencia limpia de que hoy no fueron tan soretes.
Todo esto se me iba cruzando por la cabeza, mientras abría la puerta del local, bajaba por la escalera al depósito donde está el sparkling de agua, llenaba un vaso con agua fría, volvía a subir la escalera y de nuevo abría la puerta. Me cuesta hablar en un tono alto, pero igualmente me esforcé e intenté con un "¡Señor! ¡Señor! ¿Está bien?" Supongo que me habrá detestado por interrumpirle el sueño, medio despabilado, se incorporó con una agilidad más que sorprendente para su edad, quizás la costumbre lo había entrenado asi. Me miró, y volví a preguntarle como estaba, ofreciéndole el vaso con agua...le comenté que el sol estaba pegando fuerte, y que quizás en el parque estuviera más fresco, y volví a ofrecerle el vaso. No me contestó, solo me miró, y se fue andando despacio hacia el parque.
Me odié por no tener otra solución, odié al barrio, a la gente, al sol, y si exteriorizo esto, no es para dejar registrado mi "buen accionar", que de bueno no tiene nada, es algo básico me parece, que debería estar latente en cualquiera, aunque catalogando culpas, responsabilidades y reproches inocentes, siento que diluyo aun más mi bronca y mi impotencia.
Esa persona, no es un problema, no es una cosa, no es un "sujeto peligroso", y la gente no es mas solidaria por escandalizarse del "pobre hombre"..asco me dan los que lo vuelven invisible o lo criminalizan o los que se sienten solidarios por "darle una mano". Se que muchos prefieren no cargarse del dolor ajeno porque si no, no podrían seguir tranquilos con sus vidas, pero yo, al menos, no quiero estar mas adormecida.
martes, 11 de enero de 2011
Copada
Una cosa es una embarazada, diría que hasta puedo tolerarla y sonreir timidamente cuando me dicen "ay gracias, que simpática sos, cuanta paciencia me tenés"... pero algo muy distinto, es una "cheta" embarazada, ahi si que no tengo piedad, merecen la muerte.
lunes, 10 de enero de 2011
betty, la fea
La que se siente horrible, no se pispea fugazmente de reojo en el reflejo de las vidrieras de la calle y tampoco exterioriza ese sentimiento, porque no soporta comentarios del tipo "pero si estás re bien", porque sabe que le están mintiendo.
Además, está obsesionada con sentirse horrible.
Además, está obsesionada con sentirse horrible.
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